Es un cuento que combina un montón de factores: el humor, el amor, el respeto a otras culturas, la magia de la navidad... todo ello rodeado de un acogedor atmósfera navideña propia de estos cuentos de navidad, además de unos personajes adorables (la niña es monísima, !!!quiero una así!!! XD). Realmente es un cuento que os gustará tanto si os gustan los cuentos de navidad como si no, porque es una grandiosa obra ^^ (yo me declaro fan de este autor desde luego). deciros también que si a vosotros también os gusta los relatos de este autor, podéis conseguir uno en este blog, Lo cuentos de ella, que aunque corto en extensión, tiene un contenido relamente bello.Estará abierto hasta el 10 de diciembre
Made in China: la navidad del dragón de Miguel Ángel Mendaro Johnson
¡Que pase usted una feliz, felicísima Nochebuena! Proferí con desidia mientras rodeaba mi cuello con una bufanda al salir de una encantadora tiendecita, de esas que ya no se ven, al norte, quien sabe dónde, de algún lugar recóndito de los montes de 西山区 (Xishan, o eso creo; válgame el cielo, ¡si ni siquiera sé si lo escribí adecuadamente ni si Xishan tiene montes!).
Y… ¿qué es la Nochebuena y la Navidad? Debió preguntarse la anciana que regía el negocio, encorvada y recogida, tan arrugada como una pasa por la humedad y los vientos gélidos que galopaban rodando por las laderas de los montes. ¡Eso si me entendió, por supuesto! A juzgar por su mirada y sonrisa, dudo que lo hiciera (no hablo nada de chino y el día veinticuatro y veinticinco de diciembre, por tradición, me los tomé libres y no llevaba a mi intérprete… ¿Bok-Wah?) y si me entendió… ¿Qué podría ser la Navidad para aquella ancianita? ¿El cumpleaños de Santa Claus? Posiblemente. Me hizo gracia y me di cuenta de que me vendrían bien unas clases de chino ya que si el contrato finalmente se firmaba, este iba a ser mi hogar durante muchos, muchos años. ¿Y a santo de qué todo esto si siempre le di a estas fiestas la importancia justa? Puede que estar lejos de mi hogar, de mis costumbres y tradiciones… y mi hijita; en el fondo mi hija me metió en este cuento, su cuento.
Ella me llevaba de la mano liderando el rumbo (aún no nos habíamos perdido). De aquí para allá. Entre callejuelas acicaladas de farolillos rojos. Subiendo cuestas adoquinadas, intentando seguir unos letreros que juro no podían entenderse por mucha imaginación que uno pusiera (pero que ella parecía entender). Su corazón palpitaba por este desconocido mundo, esta nueva tierra, aderezada con un aire desigual endulzado por el azúcar que yo eché. ¡Sí! Todo por una ironía… ¡En qué momento se me encendería la bombilla!
Toda esta historia nace por ella, que me preguntó asustada al comprender que tendría que pasar las Navidades a miles de kilómetros de su Inglaterra natal, lo siguiente:
— Papá, ¿Santa Claus sabrá que estaré en China estas Navidades? ¿Verdad?
Buena pregunta. Inteligente de mí, no se me ocurrió otra cosa que responder a una niña de siete años esta reliquia:
— Querida hija mía… Si Santa Claus… ¡Vive en las recónditas tierras de China!
— ¿Pero no vivía en… en… en el norte?
— ¡Ah! ¡Bobadas! ¡Eso es lo que te han contado a ti! (yo mismamente en repetidas ocasiones) Querida mía, el gran secreto radica en que todos los juguetes vienen de China— y así fue como empezó todo—. Mira— y di la vuelta con fe ciega a una de sus muñecas predilectas, que bajo su ropa interior y en una de sus nalgas, lucía como el ganado, el estigma de su origen— ¿Ves dónde se hizo Margaret, la muñeca que te trajo Santa Claus, precisamente, el año pasado?
Mi hija leyó con torpeza muy despacio y sus grandiosos ojos verdes, una vez entendió lo leído, se abrieron de fascinación.
Made in China.
Para poder probar mis encrespadas teorías y hacer fidedigna mi historia (prescindiendo de toda realidad esperpéntica, por supuesto), en aquel momento no se me ocurrió otra cosa que dibujar a mi hija un Santa Claus para salir airoso de tamaño entuerto. Así me quedó:
En efecto, era un Santa Claus fuera de lo normal, más efectivo para la ocasión; tenía un poco de carpintero y un aire virtuoso, rasgué sus ojos intentando darle una pincelada oriental (¡Si Coca-Cola lo viera!) y le convertí, con palabras, en un amante de los juguetes tallados a mano y a corazón. Sé que todo este planteamiento era un tanto grotesco y juro que mi única intención era hacer más llevadera la Navidad que mi hija estaba a punto de afrontar en China, donde no se vería rodeada del espíritu típico de las fiestas y por vez primera, debía desafiarlas sin su madre.
Caminamos muchísimo durante toda la tarde, todo el poblado era como un endiablado laberinto en el que sin percibirlo, acabamos perdiéndonos retirados en su periferia. Al percatarme de nuestra delicada situación y viendo que la noche estaba al caer, pregunté a un hombre por un hotel donde podríamos pasar la noche. El hombre, menudo, no se enteró ni de una palabra (a pesar de acompañarlasWang. ¿Y por qué? Por que era el hombre que guardaba una inverosímil analogía con el dibujo que hice a mi hija del Santa Claus oriental y que sostenía en su mano con orgullo ya que su misión, aquella Nochebuena, era encontrarlo. Se me rompía el corazón saber el motivo de tan obsesiva pesquisa y no poseía el coraje suficiente para preguntar a esa niña de seis años qué pediría a Santa Claus si lo tuviera delante y en persona…
Caía la tarde. Todo estaba cubierto de nieve y ésta parecía dormir. El cielo estaba claro, límpido y despejado.
Mi hija advirtió unas decenas de lámparas chinas navegar por el cielo, llevadas por el viento. Era fastuoso ver todas esas llamas volar acompasadas por el único sonido de nuestra emoción.
¿No es hermoso, hija mía?
Ella, que en ningún momento soltó mi mano, asintió.
Papá, debemos estar cerca del lugar más mágico del mundo… dijo ella. ¡Mira! ¡Allí hay una cabaña!
En efecto, por fin, vimos el hogar de la familia de Wang (lo que yo pensaba todavía que era un hotel). En el exterior, un niño de unos cinco años de edad, prendía la llama de una lámpara en compañía de un hombre mayor. Desde la distancia era difícil verlos pero sus rostros se alumbraron y vibraron con la llama. Poco a poco, la lámpara levantó el vuelo y se unió a los centenares de ellas que viajaban vete a saber dónde. Parecían muy exaltados y emocionados por su tono de voz.
Entonces sobrevino un hecho inaudito.
El viento que las transportaba hacia el oeste, donde el sol se había dejado caer, se detuvo y todas las lámparas quedaron estáticas, colgadas del cosmos, como si el cielo sostuviera la respiración. A los pocos segundos, el viento cambió de dirección y sopló en sentido contrario, hacia el este, llevándose consigo todas las lámparas hacia donde la Luna empezaba a asomar.
¡Grandioso, hemos visto el cielo respirar!
El niño y el hombre apoyado en su bastón, al vernos, vinieron a toda prisa para reunirse con nosotros. Estaban verdaderamente agitados por lo que acababa de acontecer y sentían la necesidad de compartirlo. Nosotros del mismo modo lo estábamos pero no fuimos capaces de entendernos aunque latiéramos con la misma pasión.
Papá…
¿Qué?
¡Mira! ¡Es Santa Claus!
¡Qué consternación! Pensé con rostro avinagrado, ¡no había otro lugar, ni otro hombre en toda China! ¡Eran casi idénticos, por no decir que parecía haber posado para mi dibujo!
¡Qué casualidad! ¿Verdad hija? Se parece, sí, pero no es él.
Mi pequeña afligió la mirada, dejándola caer al suelo, si bien supe que no cambié su opinión.
Disculpe, ¿hotel? ¿Es esto un hotel? ¿WANG?
El hombre me miró con cautela y sonrió. No era una sonrisa sincera del todo, pero lo era. Yo hacía gestos de tener mucho frío, dibujé con mis manos un techo e hice que dormía en una almohada. Después él miró a mi hija, me habló y, por sus señas, me dio a entender que hiciera el favor de pasar dentro de su cabaña.
Al entrar percibí un sugestivo olor a sopa. Un fuego calentaba y varias lámparas con velas deseaban alumbrar lo que parecía ser un salón. Una bella mujer surgió de entre unas mamparas. Creo que Wang me la presentó como Lixue, rápidamente señaló al pequeño y dijo Chew.
Así que deduje estar en el hogar de Lixue, Wang y Chew.
Nos amoldamos con rapidez. Tan pronto como pude, y una vez conseguí encontrarme cómodo, charlé con Wang aunque nuestras lenguas fueran diametralmente opuestas. Para nosotros era Nochebuena y concebía la necesidad de brindar a mi hija una noche medianamente admisible. Sinceramente, lo que más me preocupaba era que no tuviera sus regalos a la mañana siguiente cuando despertara, ni un árbol, ni un calcetín, ni un dulce. Que después de tanto teatro no pudiera ejecutar esta gran obra. ¿Qué pensaría mi hija de mí si descubriera que después de todo este viaje, la había mentido? Dibujé torpemente un árbol de Navidad y Wang no acabó de imaginar del todo por qué tenía luces ni cuál era su propósito. Pero accedió. Le pareció divertido y por mi expresión de angustia, creería estar salvando mi espíritu.
Sacó una caja de farolillos de colores y salimos al exterior donde adornamos un árbol inmenso. Más longevo que todo lo que le rodeaba.
Salieron Chew y mi hija abrazada a Margaret que tenía su trasero al aire (prueba inequívoca de que acababa de enseñarle a Chew dónde se hizo su muñeca). Chew cambió el nombre de mi hija por Xiang y mi hija llamaba a Chew “Achú”, como si de un estornudo rudo y adusto se tratara.
Ante aquel árbol glorioso, mi hija ratificó que estaba en el hogar de Santa Claus y Chew, estaba fascinado por lo extraordinario del árbol y debió pensar que mi hija trajo hermosos hechizos a su casa.
Supe que Chew nunca olvidaría a mi hija. Ni mi hija el hogar de Wang, Lixue y Chew. Era impresionante oír a mi pequeña mantener un diálogo natural con el niño Chew.
No sabía—dijo ella— que Santa Claus fuera tu papá. ¡Tienes tantísima suerte! ¡No podría imaginar tenerlo!
En seguida Chew contestó algo verdaderamente gracioso, no porque yo lo entendiera, sino porque Wang y Lixue rompían en carcajadas.
Cenamos verdura y sopa y la noche se prolongó hasta más o menos las once. Sentados junto al calor del fuego, me levanté y me dirigí hacia la ventana. Mi hija estaba al lado de Wang y le miraba con admiración. Él devolvía la mirada a mi pequeña y fue en ese preciso momento cuando ella pidió su regalo de Navidad.
— Querido Santa Claus… hemos viajado muy mucho para venir a pedirte solo un regalo. Esta Navidad mi papá y yo apreciaríamos mucho que nos devuelvas a mamá. ¡Sólo eso! — dijo en voz baja y temblorosa, con alguna lágrima asomando.
Sentí como si oprimieran mi pecho con toneladas de piedras encima. Recordé a mi esposa y me hundí al no tenerla a mi lado. Ella siempre se encargó de todo esto. Ella era la Navidad. Y sin su aroma comprendí que era imposible que la Navidad existiera. ¡No podía derrumbarme ahora, en medio de China, vete a saber dónde! Wang miró la doliente mirada de mi hija y, sin saber qué la afligía, la rodeó con su brazo para reconfortarla.
Todos nos sumimos en el salón en un profundo sueño.
Y la verdadera Navidad comenzó.
Una tenue pero candente luz roja irradió el horizonte nocturno, como si éste latiera. Fue Chew quien nos despertó. Nos levantamos todos y fuimos corriendo hasta la ventana. Vimos que dicha luz era más intensa por momentos.
Salimos sin abrigo caminando descalzos sobre la nieve. Los farolillos del árbol todavía seguían encendidos.
El cielo, más y más rojo.
A lo lejos, sobre el horizonte, una forma difusa, con luz propia y de color bermellón, apareció volando a cierta altura del suelo. Zigzagueaba al azar. Los farolillos del árbol de Navidad se descolgaron de éste, elevándose atraídos por el cuerpo incandescente.
Voló por encima de las montañas. Se dejó caer por los valles. Se enredó entre los árboles iluminándolos con miles de farolillos de colores. Pudimos apreciar cómo se acercaba como una serpiente levitando encima de la arena. Era enorme. Brillaba tanto que era difícil presagiar su forma, aunque pude distinguir claramente una cola y unas garras… hasta que deduje, sin aliento, que era un dragón.
¡Un dragón rojo!
Después de deslizarse por todos los árboles del valle y encenderlos uno a uno con farolillos de color, voló muy alto hasta esfumarse por completo de nuestra visión.
Rojo, púrpura, verde, amarillo, ámbar, dorado, azul, naranja…
彩
Noté que alguien cogía mi mano. No tuve que mirar para saber quién era. Me apretó con solidez y me susurró: Papá, quédate conmigo. Gracias por haberme traído hasta Santa Claus. Han sido las Navidades más maravillosas que…
Hija mía…(intenté decir)
...¡pero no ha entendido nada de nada de lo que pedí! Exclamó en voz baja, en secreto. Está claro que Santa Claus no me ha entendido. Pero aprenderé chino, papá, ¡lo haré! Y las Navidades próximas, regresaremos aquí y me entenderá y en lugar de un enorme Dragón rojo, nos devolverá a mamá.
Cerré los ojos y apreté su manita.
Sí. La ilusión es la naturaleza de estas montañas, ¡hemos llegado al lugar más mágico del mundo! ¡Feliz, felicísima Navidad hija mía!
Papá, ¡feliz Navidad! Y me abrazó.
Chew que nos miraba con asombro, se abrió paso entre nosotros ante la expectante mirada de Wang y Lixue. Sonrió a mi hija y, copiando nuestro gesto, nos dio un abrazo. ¡Y menudo abrazo fue ese!
¡Qué hermosa es la Navidad del Dragón!
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© Del texto: 2010, MIGUEL ÁNGEL MENDARO JOHNSON
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© De las ilustraciones: 2010, MIGUEL ÁNGEL MENDARO JOHNSON
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Me encanto tu sitiooo¡¡¡¡ Excelente Felicidades¡¡¡ Un beso :D
ResponderEliminarHola Lili ^^
ResponderEliminarMuchísimas gracias guapa, el tuyo también está genial ;)
Besotes!!!