lunes, 7 de febrero de 2011

Los Fragmentos de Olivia de Miguel Ángel Mendaro Johnson

Hola soñadores! hoy Miguel Ángel Mendaro Johnson ha vuelto ha regalarnos uno de sus hermosos relatos. En esta ocasión no falta el amor. No os lo perdáis porque sin duda os llegará directo al corazón.
Gracias por crear estas maravillas Miguel!!


Tormenta de verano de junio de 2013.
Anochece, son las 20:33



Busco en el cielo una estrella que posea un brillo excepcional y que esté aún sin descubrir, valiéndome de mi telescopio que construí con mis propias manos y por amor, y estoy tremendamente orgulloso. No es convencional, no, no lo es; se enrosca como una enorme caracola de mar que si estirara, mediría trescientos doce kilómetros con setecientos cuarenta y cinco metros de largo. Pero estirado no serviría de nada. Sería un trasto inútil. Lo que lo hace único es estar enroscado.


Es más, desafiando toda ley científica, este enroscamiento permite ver en tiempo real lo que sucede en cada escondrijo que descubro del cielo. Efectivamente. Lo que veo, es. Porque cualquiera que se aventure a ver por un telescopio normal y corriente, con unos prismáticos, con cualquier artilugio o incluso sin nada, verá una fotografía. Si el cielo fuera una pestaña de un navegador de Internet, quizá bastaría con apretar F5 para actualizarlo. ¡Ojalá fuera tan sencillo!
Es de sobra conocido que si una estrella está a veintinueve años luz y desaparece, tardaríamos veintinueve años en atestiguarlo.
¡Un auténtico despropósito para un caballero del amor!
En especial cuando uno quiere regalar a su amada una nebulosa o una estrella hermosísima que la iguale en belleza (si es eso posible, querida) para así poder llevar con toda dignidad su nombre. Llevo meses queriendo ofrecer a Olivia una estrella pero la idea de entregar una imagen antigua, no me convencía en absoluto. Pensé en desistir y regalar una estrella sin más, no obstante advirtiéndola primero: Olivia, te regalo esta estrella, pero has de saber que es un retrato de lo que fue hace ciento treinta años. No vivirás lo suficiente como para verla como es en realidad hoy.
Sé que eso la entristecería.
Por ello, Olivia, te amo tanto que conseguí enroscar la física en una caracola…

La tormenta se disipó. Huele a lluvia y ese olor empapa mis huesos; entre las nubes se abren claros, el cielo se ve límpido como nunca antes vi. ¡Allí está! La estrella más hermosa...
Tan digna de ti.
Busqué entre mis archivos para ver si alguien dio con ella. Introduje las coordenadas y…
¡No puedo creerlo! ¡Qué rabia! ¡Ya estaba descubierta…! Pero, su nombre es horrendo. Es un mero y triste número. No hay notas especiales que la hagan destacar. El astrónomo amateur que la descubrió se llama Alan y su apellido es alemán e impronunciable.

La imagen más reciente no tiene el aspecto que yo veo con mi caracola. Claro, está a siete años luz. Y lo que ven no es lo que es…
¡Olivia! ¡Es tan hermosa como tú!


Cae la primera hoja, es ámbar. Otoño de 2013.
Huelo café, son las 10:22




Con estas escuetas y atinadas palabras, me puse en contacto por correo electrónico con el propietario y conquistador de la estrella digna de Olivia, Alan, (numerada como 1.233-31C) la misma noche del descubrimiento. En mis palabras no se vislumbra el agradable aroma que aquella tormenta me regaló. O sí…


Estimado Alan:

Me he topado con una de sus estrellas mientras daba un paseo por el cielo. Veo que no la ha nombrado, que no es más que un número.
¿Estaría dispuesto a cambiar el nombre de su estrella por una noble causa? Quisiera regalársela a mi amada esposa Olivia. Espero podamos llegar a un acuerdo. De caballero a caballero.

Atentamente,


Por fin hoy, tres meses después, Alan me ha contestado:


Estimado colega,

Siento la tardanza, el trabajo llega a consumirnos. Por supuesto, desde hoy mismo, la estrella pasa a llamarse Olivia. Su hazaña romántica es sin lugar a dudas inspiradora. Adjunto a este correo en archivo PDF, está el documento que certifica este cambio.

Un saludo.

La noche que regalé una estrella rota a Olivia.
Diciembre de 2013.



Fuimos juntos al jardín. Caminamos entre luciérnagas en una noche extraordinaria. Besé a Olivia y puse su mano en mi corazón. Pregunté si sentía cómo latía descontrolado. Ella afirmó y contesté que eran los nervios que me provocaba la idea de un regalo colgado de un hilo en el firmamento. Sabía cuánta ilusión despertaba en Olivia esta romántica idea. Al poco de conocernos, lo sugirió. Siempre exponía lo romántico que era regalar una estrella. Pasaron los años y adrede, dejé este sueño enterrado para algún día, sorprenderla. Después de una ardua indagación cavando lo enterrado, la noche se presentó y yo tenía una estrella en el cielo para Olivia.

Quiero regalarte una estrella.
Ella me miró y en seguida levantó la vista con entusiasmo e hizo una mueca, como si fuera a romper a llorar por la emoción.
Una estrella que lleva tu nombre. Nunca olvidé lo que me dijiste… ¿Quieres verla tal y como es hoy?
Asintió asombrada después de contar todo lo que pasé para construir el telescopio y el proceso de enroscamiento, y la hablé de la velocidad de la luz dibujada y cómo una imagen puede acelerarse centrifugándola dentro de una caracola. Por poco consigo romper todo el romanticismo y me callé. ¡Ahí está!

Acercó su ojo al visor. Al ver su estrella lloró, me abrazó y nos besamos.

Es el mejor regalo que podías haberme hecho. Es tan, tan bella…

Reímos.

Después hicimos el amor en la hierba.



Quiso volver a ver la estrella. Me levanté para ver por el telescopio. Al encontrarla vi a Olivia (la estrella) explotar y desaparecer por completo, todo se volvió negro en cuestión de segundos. Froté mis ojos, volví a insertar las coordenadas exactas de la estrella y volví a mirar. No estaba. Una basta y devastadora negrura. Se me hizo un nudo en la garganta, tragué saliva y, apesadumbrado, traté de recordar a cuántos años luz estaba Olivia de nosotros. De pronto recordé que estaba a solo siete años y diez días de distancia…

Olivia, dentro de siete años, puede que desaparezcamos como acaba de hacerlo tu estrella…
Su mirada cambió radicalmente. Se levantó, sus ojos se encharcaron y se fue caminando por el jardín, abriéndose paso entre luciérnagas.




El almendro florece.
Primavera de 2016.
Huelo flores…
21:46



Olivia en el cielo ha cambiado, a pesar de que no exista desde diciembre de 2013. Allí está colgada, brillando, engañando a quienes la ven. De luz blanca, esta noche despunta por el horizonte con un color grana y destellos verdosos en los vértices y empieza a distinguirse tan hermosa como la descubrí la tarde de lluvia y tormenta de 2013. Esos colores tan llamativos tuvieron que ser un presagio de su inminente explosión… ¡no lo sé!

Cuando vi desaparecer la estrella di la voz de alarma con un comunicado oficial. Nadie, absolutamente nadie, me escuchó; todos me creyeron loco y mi credibilidad se rompió. La verdad es que no me importó. También mi corazón estaba hecho pedazos ya que Olivia se distanció tanto de mí que por poco la pierdo. Siempre la tuve cerca… y después de la noche que la estrella murió, estuvo durante meses a centenares de años luz de mí. Pero había un terrible motivo para ello.

Podríamos estar en la misma cama durmiendo y no sentirnos. Dejábamos las palabras que nos juzgarían bajo nuestras almohadas para ahogarlas con lágrimas. ¡Qué amargo es ahogar el llanto en una sábana! Yo intentaba acercarme a ella, la acariciaba con ternura, buscando comprensión, pero quitaba mi mano de su cuerpo. Cada vez que pretendía besarla en la mejilla se apartaba de mí. Olivia levantó un escudo que yo era incapaz de comprender.

¡Olivia, no hagas como la estrella que te regalé! Si nuestro amor se apagó y murió, ¡no esperes siete años más para decírmelo! ¡Este silencio acabará conmigo! ¿Qué puedo hacer si tan siquiera quieres hablarme? ¿Olivia?
¿Cómo recuperé a Olivia? Recordé la última noche que disfrutamos haciendo el amor rodeado de luciérnagas, la noche que su estrella se rompió y sus ojos se llenaron de fragmentos de estrella. Recordé nuestro almendro. Ella amaba nuestro almendro. Cuando floreció, llevé varias ramas en flor que puse en su pecho. Sin más, roto en lágrimas, y apenas sin palabras, la pregunté: ¿Qué te pasa, Olivia? Siento que te desvaneces, que te alejas de mí. No me hagas esto, deja que me acerque de nuevo a ti.

Por fin la vi sonreír. Sin embargo era una sonrisa tierna sofocada en sollozos.

Es la idea de morir y desaparecer… me dijo oliendo las flores del almendro, de separarme de ti para siempre, de no poder oler más primaveras…
Yo asentí y la acaricié en la mejilla con dulzura. La expliqué que solo era una teoría, que a lo mejor no moriríamos… que todo estaba por llegar y suceder y que pasara lo que pasara, lo haríamos juntos. Aunque ella me habló de otra muerte diferente. Que solo afectaba a Olivia y que podría sucumbir en breve.
Que la incertidumbre la estaba matando.
Y que no me separara de ella jamás. Que por favor no me separara de ella jamás…
La abracé.
Cómo la abracé…


Eclosionan palomitas, verano de 2020.
Fragmentos de Olivia.




No es fácil masticar y digerir la idea de que vas a morir. Siempre le he dicho a Olivia que igual que lo masticas y lo digieres, me encantaría poder defecarla y sacarla de nuestras vidas. Llevamos siete años y diez días echando una carrera a la muerte. Y de momento la vida está ganando, ya que Olivia no ha sucumbido. Sigue aquí, conmigo, y yo con ella. Esperamos con avidez y miedo este último día. Lo mejor que puede pasarnos es que el efecto de la explosión barra nuestros pedazos por el universo. Llevamos siete años y diez días esperando nuestra muerte.

Después de amarnos con un impulso desconocido, hemos decidido que contemplaremos nuestro final comiendo palomitas. Comiendo palomitas nos enamoramos.

Comiendo palomitas queríamos desaparecer.

Las escuché eclosionar mientras preparaba dos sillas en el jardín. Nunca habría imaginado un final así, pero visto con frialdad, es un privilegio morir al lado de la persona que amas.
Huelo las deliciosas palomitas de Olivia con el toque de sal y mantequilla que solo ella consigue. El olor disipó de mi mente la idea del momento en que la explosión llegue hasta nosotros. ¿Dolerá? ¿Será rápido? Luego me invadió la terrible idea de que no suceda nada y tenga que afrontar una vida sin Olivia.

Son las dos y media de la madrugada. El final nunca lo imaginé tan pacífico. No cundió el pánico ni el caos. Todos mirábamos al cielo. Unos se abrazaron, otros permanecieron en soledad.

Olivia se tornó de un color vívido y brillante y se apagó, sin más, como una bombilla. A la sazón comenzó una lluvia suave de haces de luz.

Cogí a Olivia de la mano y nos miramos. Había llegado el momento. Sus delicadas facciones desaparecían poco a poco, como si fuera una escultura de arena que el viento se llevara. Quiero decirla lo mucho que la he amado y cuanto la amo, y que la amaré para siempre… todo antes de que desaparezcamos.

Pero yo no desaparezco. Nada ha cambiado. Las luciérnagas siguen en el jardín, salvo Olivia… he perdido a Olivia.



Truenos en la distancia.
Tormenta seca de verano.
Verano de 2027.




¡Cómo duelen los fragmentos de Olivia!
Han pasado siete años desde que ella desapareció. Todavía sigo sin entenderlo del todo. Se esfumó como lo hace el humo, delante de mis ojos.

Huelo a lluvia, aunque el olor ya no me empapa los huesos, más bien me los rompe. Me siento cada tarde para ver el atardecer, esperando morir, coger polvo, desaparecer y eliminar esta carga.

Olivia, te echo tanto de menos… hoy hace siete años y diez días que te perdí… los años pasan y pasan…

El cielo morado me muestra el parpadeo tímido de una luz pequeñita, una estrella que quiere nacer, intentando hacerse un hueco en la vasta grandeza del cielo. Juraría que allí, en ese mismo lugar, tendría que estar la estrella que te regalé. No puede ser… ¡No puede ser!

Cogí mi telescopio e introduje las coordenadas donde Olivia, en un pasado, brillaba en el cielo nocturno. Los nervios me invadieron, estaba presenciando el nacimiento de una estrella, algo que sucedió hace siete años y diez días.

Apunté mi telescopio y vi la imagen real de lo que en ese rincón del cielo acontecía. Una estrella hermosa.

Digna de ti.

Quién lo diría, una estrella acaba de besarme.

 ¡Olivia! Esperaré siete años y diez días para recibir tu beso.


3 comentarios:

  1. Nunca me gustaron demasiado las Historias de amor&tal.
    Pero esta hasta me hizo sonreír de una forma tonta (:

    Me pasaré por la página sin duda =3


    Besos~~

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  2. Buenas la he leido y es preciosa, muchos besos wapis

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  3. A mi me encanta como escribe este chico :D es capaz de transmitir tanto sentimiento ^^

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